miércoles, 4 de agosto de 2010

Supongamos que alguien descubre, por casualidad o empecinamiento, la solución a las grandes preguntas: qué es la vida, de dónde venimos, a dónde vamos, para qué estamos aquí. Supongamos que las respuestas han estado todo el tiempo frente a las narices de cualquiera: en la interpretación de las nubes, en el dibujo de las huellas dactilares de un niño, en un grano de café. Supongamos que las respuestas halladas dan satisfacción a todos los hombres: a los que razonan y a los que sienten, a los que confían y a los que niegan, a todos. Imaginemos que La Verdad nos ilumina de una vez y para siempre. ¿Qué pasaría entonces? ¿La noticia aparecería en la tapa del Clarín? ¿Deberíamos no ir a trabajar al día siguiente? ¿Los abogados dejarían de lado sus trapicheos? ¿Alguien haría otra película genial? ¿Ella me querría? Si la respuesta es no, la filosofía me amarga.

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