martes, 24 de febrero de 2009

NUNCA MAS


"Déjalo ir, tienes que ser fuerte" Me dijo en un tono que irradiaba desesperación. Medité durante unos largos minutos y luego accedí a lo que él me estaba rogando, o al menos eso le hice creer.Satisfecho volteó envuelto en un falso aire de triunfo y se dirigió lentamente hacia el auto arrastrando consigo una maleta llena de dolares, o palos verdes como a él le gustaba llamar.Lo vi alejarse desde la ventana, mientras mi ira se apoderaba de todo lo racional e irracional de la situación. Me senté en el borde de la cama aún meditando en sus palabras, intentando darles una validéz sin embargo, me sentí hipócrita. No podía, no podía abandonar todo el daño que aquél hombre me había traído. Podría tomar tres largos respiros y continuar con mi vida cotidiana, cortaría los frutos ya maduros, plantaría nuevos árboles de manzanos, naranjos y limoneros, y luego cuando el reloj marcara las 8 marcharía a mi reposa a comer un pedazo miserable de carne hundiendo mi dolor en una botella de ron. Al cabo de unas horas me dormiría con la preocupación de que al ganado no le pasara nada. Al día siguiente, me despertaría con jaqueca y mientras regara la cosecha meditaría respecto a la ardua conversación con aquél hombre. Me arrepentiría, pero conocía demasiado mi cobardía como para arriesgarme a perderlo todo.Por un segundo cuando aún me encontraba sentado en la cama, vi pasar todo mi entera vida envuelta en una agotadora rutina que no me proporcionaba una vida de dichosas acciones, ni valientes cabalgatas por las montañas, tampoco aventuras con mujeres desconocidas en los bares donde a veces me asomaba por una bebida blanca: simplemente, una rutina normal, común y corriente. Pero yo no era así, nunca lo fui. Entonces, en un desesperado intento por recuperar una identidad, tome un rifle y lo alcancé al hombre hasta la entrada. "Alto ahí, o disparo" Le grité con total autonomía, él tan solo se echó a reir."No creo que tengas las agallas para hacerlo, hijo mío" Respondió en tono burlón. De pronto, unos vagos recuerdos de una infancia infeliz me atravesaron el pecho, parecía que me quedaba sin aire, mis piernas no poseían estabilidad alguna, tan solo rencor, mucho rencor. No dude ni un segundo más de mi acto consiguiente y mientras me desvanecía en mi propio dolor, le disparé al pecho. 3 disparos, 3 palabras, 3 minutos para que me derribara junto a él pero habiendo antes escupido su inerte cuerpo. "Nunca más, papá" Pronuncié en un susurro, y caí al suelo sosteniendo en firme el rifle.

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