jueves, 14 de abril de 2011

Añoro aquellos días en los que todo sabía a caramelo
hasta las bronca.

Extraño aquellos días en que mis mejores amigos eran mis hermanos,
sin las desatenciones actuales y sin los aturdimientos constantes;
jugábamos horas sin parar y nuestras únicas angustias eran
que no se acabará el tiempo para continuar inventando juegos
que al final resultaban mucho mejor de lo planeado.

Lo interesante cuando eres niño es que casi nunca nada te parece aburrido.
-Excepto las conversaciones de los grandes-
Y las cosas imposibles no existen.

Extraño esos días en los que realmente Papa Noel existía,
tiernos años en los que dormir temprano
y portarte bien
eran el indicio más fiel
para recibir los regalos...
¡qué mal que luego nos destruyan ese sueño inventado!

Añoro esos días en que mi única preocupación era "que por favor al almuerzo no sea sopa".
Mi único miedo era la oscuridad y los muñecos extraños tras las puertas.
Esos días en que a los únicos problemas que me les escondía
era cuando quebraba algún objeto de vidrio de mi madre,
y cuando mi única ilusión era ser grande
porque siempre soñaba con idear un futuro casi seguro y perfecto para mi y para todos...
ahora tengo que tentar a la suerte y tratar de disminuir sueños
para que al menos solo uno sea cumplido.

Días en los que todo estaba iluminado,
los avioncitos de papel si volaban
y los barquitos nadaban,
días en los que los amigos eran para siempre
y el precio de las cosas no importaban.

Noches en las que atrapar ilusiones
era el preludio de dormir
y contar estrellas el plan del fin de semana.


¡Es aburrido ser grande!
Porque a veces lo único que nos hace sentirnos como niños es enamorándonos.
Y esta opción, en la mayoría de los casos
es una hermosa arma invisible de doble filo.

Qué bonito eran esos días en los que el país del nunca jamás realmente existía.
No habian pobres, no habian ricos, no habian desigualdades, no habia hambre
ni presidentes negligentes, ni enfermedades mortales (solo uno que otro moco y tos)
Cuando los besos eran inocentes y se daban por dedal.
¡Qué mal que luego te das cuenta que solo era un libro de algún soñador como tú y como yo!

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